Ojalá...
Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan
Es mucho mejor cuando estás. Quiero decir, cuando me miras a los ojos y no titubeas. Cuando pones tu mano sobre mi mano sin importar qué signifique. Cuando me abrazas aunque no sepas porqué.Pues a ver cuando me haceis una visita, tú y tu novio, para que os dé el visto bueno...
Lisboa es rara, Javier. Es una ciudad de la que tengo recuerdos de cosas que no he vivido. Pero eso me hace ir despacito, más tranquila, con dos dedos, torpe, pero acertando las letras que quiero dar.
Estoy tranquila, por fin. Al menos ya no siento que me muero por dentro. Eso es bueno, ¿no? Y tengo ganas, pequeñas, pero ganas de empezar otra vez. Y olvidarme de que esta, y cualquier ciudad, a veces, está tan triste como yo. Y notar que estoy cambiando, aunque sólo sea un poco. Bueno, si es mucho, mejor.
¿Has visto que egoístas nos volvemos cuando estamos solos? Espero que tu novio el médico tenga cura para el egoísmo. ¿Tú crees que nos enamoramos sólo para no estar solos? Yo creo que me he enamorado de un chico. Bueno, de sus cogote. Me encanta el cogote de un conductor de tranvía que no conozco.
Espero que lo que tienes ahora sea lo que siempre soñaste tener. ¿Dónde irán los sueños cuando no los conseguimos? Porque a algún sitio tendrán que ir. Aunque creo que al final, los sueños no son más que una excusa, pero una excusa muy gorda. Son la excusa para vivir. Por eso a veces también se convierten en la mirada nostálgica de lo que nunca fuimos.
¡Qué putada, Javier! Asumir que nunca serás lo que siempre deseaste. Ni esperarlo siquiera, ¡joder!
Deseo, deseo, deseo, deseo… Quiero con todas mis fuerzas ser feliz. Y con eso hacer un poquito felices también a los que me rodean. Eso es lo que siempre quise.
¡Ay, qué bien! ¡Qué bien Lisboa, Javier! Beso.
Piedras
" Los niños a lo único que piensan que tienen derecho cuando se le acercan a uno de buena fe es a un trato justo. Después que uno haya sido injusto con ellos seguirán queriéndolo, pero después nunca volverán a ser los mismos. Nadie supera la primera injusticia: Nadie salvo Peter. (...) Las estrellas son hermosas, pero no pueden participar activamente en nada, tienen que limitarse a observar eternamente. Es un castigo que les fue impuesto por algo que hicieron hace tanto tiempo que ninguna estrella se acuerda ya de lo que fue. Por ello, las pequeñas todavía sienten curiosidades. "
l día?
No sé por qué no me sale hacer balance del año el 31 de diciembre. Siempre lo hago en otoño. Será que aún me muevo en el año escolar, cuando el principio era comprar nuevos libros, nuevos cuadernos, lápices de colores, y prometerme que esta vez sí, iba a estudiar de verdad. He crecido y ya no hay colegio, ni instituto, ni universidad, y septiembre no implica tener nuevos compañeros, sino que los antiguos regresen de lugares a los que fueron a olvidar durante quince días que la contabilidad nunca cuadra.
Estos doce meses han tenido momentos tan amargos que prefiero no volver la vista demasiado atrás. Pero somos héroes y venceremos. De este año me quedo con mi gente, lo más importante de mi vida.
No están en este vídeo todos los que son, a los que faltais ya me encargo de deciros en persona lo mucho que os necesito.
Supongo que todo en la vida es cíclico, y que esta no sea la última vez que llore, y que mañana no sea la última ocasión en la que vuelva a recuperar la sonrisa. Cuento hasta 10 y no me basta. Lo intento de nuevo. Oye, ¿seguro que esto es eficaz?Me rodea gente sin nombre, trajes sin cuerpo, voces que no dicen nada en este jueves disfrazado de sábado en el que las personas echan a andar y todos los caminos llevan al mismo rincón del Retiro. Te espero aquí aunque sé que estás tan lejos que extiendo la mano y casi te toco. El matiz se encuentra en el casi. Putos matices.
Es otoño y yo no me había dado cuenta. De repente noto los ocres, el tono rojizo de algún árbol conocido. Y me percato de que estoy escribiendo. No hay duda, es otoño, y yo nostalgio, él nostalgia y no sé si lo hace pensando en mí. Vuelvo a mí poco a poco. Madrid está lleno de sueños, inquieto, y yo me canso de estar parada y mirando al suelo. Me golpeo la cara con fuerza y reacciono: ¿qué le pides a la vida?
Y salgo a la calle con dos amigos, a tomar unas cañas. Porque en realidad, lo que pido es muy poco. O muchísimo, según se mire.
Cristina se pierde en Madrid y yo me pierdo en su sonrisa de modelo de niña buena, con sonrisa pícara y rizos y pecas y todo, como si fuese una muñeca hecha por encargo, de esas a las que no les faltan detalle. Me acuerdo de ella cuando disfruto con algo sencillo porque ella es así, sencilla, y me gusta su forma de asombrarse con todo y abrir esos ojos almendrados que tiene, con el (falso) aire de no haber roto nunca un plato. Cristina me abraza cuando lo necesito, y cuando no lo necesito, también, así que ya casi encajamos como las piezas de un puzzle viejo, por el uso, por la repetición que tanta falta me hace. Cristina aguanta mis manías de bicho raro, y me perdona que emigre de vez en cuando a ni siquiera yo sé dónde, y vuelva necesitada de regazo (confortable), de Libertad (8) y de una caricia (suya). Por eso no he querido esperar hasta su cumpleaños para regalarle un jardín con oropéndolas, ruiseñores y vencejos, por eso soy consciente de que es lo mejor que me ha dado Madrid, por eso hoy me arrodillo para susurrarle que la quiero.
La verdad es que no sé cual es la verdad. No sé por qué he vuelto, ni la razón de mi huida. No sé qué contarte hoy que te busco y no te encuentro, hoy que te llamo en silencio y no me escuchas. Tampoco sé disimular. Ni qué número de llamadas es el máximo y el mínimo.