Me basta así
No es cierto.
No me basta.
Me gusta el calor del vaho en el baño cuando me levanto en invierno y alguien se ha duchado antes que yo, el olor que se cuelga de mis manos después de comer mandarinas, llegar la última al autobús e ir delante del todo, al lado del conductor y pegada al cristal. Me gusta reír hasta que duele, la miel con avellanas, sentarme en el regazo de mi madre como si no importase el tiempo, la forma en la que me miras cuando digo algo que te enternece. Me encanta sentir el calor de tu nuca en mis rodillas, las castañas asadas y la sidra dulce, el teléfono cuando me trae la risa de mi abuela, el frío cuando hay posibilidad de un abrazo. Me gusta cuando estoy sensible y escápaseme l’acentu d’Asturies, llorar cuando es de felicidad, una noche de película y chocolate, el aroma de las manzanas asadas, las tormentas, cuando duermo en casa y llego tarde y me encuentro con que mi hermana se ha metido en mi cama y tengo que dormir con ella. Me gusta hacer regalos, y acertar, y la sonrisa que se dibuja en los rostros al romper el papel de colores. Me gusta salir a la calle de noche y observar las ventanas iluminadas para imaginarme las vidas e historias que transcurren en su interior, el ruido que hacen las burbujas de aire del papel de embalar al explotar, sentir la lluvia caer sobre mi frente, el olor a ocle en la playa, cuando estás cerca aunque estés lejos.
Ganar y perder son distintas caras de una misma moneda. Acepto la apuesta y la doblo. No se puede ser feliz sin intentarlo. Mi corazón en la mesa, rezo para que salga cruz. Lanzo. Y mientras la moneda pasa como a cámara lenta ante mis ojos yo intento tocarte, perderme para que puedas encontrarme, volar a tu lado, salir, empapar las sábanas con nuestro sudor, beber, reír hasta que duela, remendar nuestros pasados, viajar, besar la parte de atrás de tus rodillas, llorar de emoción, subir hasta tu espalda. Y sigo creyendo que es mucho mejor cuanto estás. Incluso si sale cara.